Si no pasa nada raro, Israel y Hizbala se tirarán muy fuerte durante esta noche, y mañana miércoles a las 10 de la mañana comenzarán un alto el fuego guiado por un acuerdo, o como dicen los chicos ahora, arreglo, que más o menos retrotrae todo al 7 de octubre y al presunto cumplimiento de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al momento de escribir estas líneas no estaban confirmados los detalles, pero la idea es que habrá un marco de tiempo para que las tropas de cada bando se retiren, y que Israel se reservaría el derecho a retomar la ofensiva si encuentra a Hizbala invadiendo el sur del río Litani o contrabandeando armas desde Siria. Tomará al menos dos meses hasta que los 60.000 habitantes del norte de Israel regresen a sus casas, y tal vez más. Esto sin mencionar que hay comunidades como Metula en donde el 70% de las residencias sufrieron daños por los miles de cohetes, misiles y drones. Es plausible que EE.UU. premie la prestación de Netanyahu a acordar y le haya dado algún tipo de garantía de no chistar ante una represalía israelí a una violación libanesa, pero esto es especulación. Lo que Bibi hizo es comprar tiempo para tratar de llegar al 20 de enero y dejar de tener que lidiar con Biden y sus amenazas de embargo y corte de chequera, pero al mismo tiempo es impredecible la postura futura de Trump, que dejó en claro que quiere llegar a la asunción con el conflicto del Levante lo más resuelto posible.
Las reacciones en Israel son variadas. El canal 14, el C5N de Bibi, de golpe anuncia este acuerdo como el más importante desde la paz de Béguin y Sadat en 1978. Casi toda la oposición tiene reparos, algunos de formas o contenidos aún poco claros, y halcones como Avigdor Liberman y Naftali Bennett directamente expresan que es una claudicación, un premio a Hizbala y un castigo a las fuerzas de seguridad, que brillantemente desmantelaron la cúpula de la agrupación shiita, con hitos notables como la operación de los beepers, pero que no alcanzaron a terminar el trabajo. Hay algo maniqueo en esto: desde el vamos sabemos que una “victoria total” en el frente norte es improbable, y que la solución final requiere de clavijas políticas sobre los demás grupos de poder libaneses, es decir, cristianos y musulmanes sunitas. Parte de quienes se oponen a este alto el fuego usan desdeñosamente el término “arreglo” en lugar de “acuerdo” por tratarse de un armisticio frágil, con un Estado que seguirá sin reconocer a su contraparte, y que probablemente derive en una confrotación similar en pocos años, sino en meses. Netanyahu tuvo resistencia en su propio gabinete, con el ala demente de la coalición expresando sus reparos pero sin amenazar con tirar abajo al gobierno, a diferencia de la media docena de amenazas semejantes que provocó la posibilidad de un cese al fuego en Gaza.
Esto último es el elefante que se ve en todos lados menos desde la reunión de gabinete que se lleva a cabo en la Kiriá de Tel Aviv; el verdadero acuerdo que hace falta es para liberar a los 101 secuestrados, y es la única verdadera causa que justifica detener el esfuerzo bélico. Máxime cuando Hamás está más diezmado que Hizbala, representa una amenaza menor, y mucho más preocupante que el vacío en Líbano es el vacío en Gaza. Pero el cálculo de Netanyahu, hecho como todo lo que hace con el fin único de sobrevivir políticamente un día más, incluyó esta vez la presión internacional. Washington y otras capitales occidentales fueron bastante generosas en su repudio al penoso accionar de la Corte Penal Internacional, que se sobregiró enviando un pedido de arresto sobre líderes de una nación democrática sobre la cual no tiene jurisdicción, por responsabilidad política en presuntos delitos que ni siquiera investigó, equiparando al Estado soberano con una banda fundamentalista, registrada como terrorista por la mayoría de las potencias. Bibi le debía un gesto de despedida a Biden. El pato rengo puede abocarse a manejar el tablero como se le antoje. No se va a llevar de cucarda haber desmantelado el conflicto, pero hasta último minuto se reserva el poder de abstención, en detrimento del veto, ante cualquier resolución anti-Israel del Consejo de Seguridad. Bibi aún transpira cuando recuerda el último regalo que le dejó Obama, un reto por la construcción en áreas en disputa de Cisjordania.
Más allá de lo que pueda o deba hacer apremiado por las circunstancias, Netanyahu se anotó un triunfo político en este acuerdo. Desde el 8 de octubre hasta su muerte hace dos meses, Hasán Nasrala aseguró que su agrupación sólo dejaría de disparar a Israel cuando el cese al fuego llegue a Gaza. El famoso puente al que aspiraba el también muerto Yahya Sinwar, y algo que veía con buenos ojos Irán. Pues no mi ciela, la presión interna en Líbano ya es suficiente como para que el actual líder de Hizbala, Naim Qassem, agarre viaje con lo primero que le ofrecen. No lo culparía. Qassem era apenas un burócrata del ala política, jamás soñó con hacerse cargo del trabajo más peligroso del mundo y hasta los informes de inteligencia indican que ejerce este rol directamente desde Teherán.
¿Puede durar esta paz? Como siempre, chi lo sa. Aunque en la calle israelí se percibe un descontento general con la idea, incluso superior entre los votantes de Netanyahu, no va a haber protestas en la calle para uno u otro lado por este frente en particular. Lo quiera o no Bibi, toda la atención volverá a posarse sobre Gaza y sobre varios temas internos que no llegan a los medios fuera de Israel: tres escándalos distintos de corrupción y manejos turbios en la oficina del primer ministro desde que comenzó la guerra, más el juicio histórico por fraude, soborno y abuso de confianza. Netanyahu deberá testificar durante largas sesiones en diciembre, por más que busque, con la excusa de la guerra, aplazar esto indefinidamente.
Gracias por hacer todo este quilombo mas entendible, Diego.